“Joy”, de David O. Russel "CRITICA"



Por Eric Bertran

¿Hasta qué punto el trailer y las expectativas marcan el éxito o fracaso de una película? Si jugamos a eso, Joy es un triunfo honesto: una anunciada historia de superación, con sus gotas de ternura y algodón, otras de mala leche light, y una factura que si gustó en “El lado bueno de las cosas” (2012), aquí repite. Hasta aquí, todo bien.
Pero si nos ponemos a rascar, y al entretenimiento le exigimos un poco de punch, nos encontraremos con una película que por momentos parece diseñada más para la televisión del sábado por la tarde que para una sala de cine de estreno. Y eso a pesar de Jennifer Lawrence, fantástica en un personaje caramelo y trampa a la vez, y tan protagonista que la película podría llamarse Jennifer en lugar de Joy. Parece que alguien le haya dicho a Lawrence, mira, cuando veas que esto se va al traste, saca tu instinto y resuélvelo. Y al final, lúcete con Bradley Cooper, que siempre ayuda.
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Las historias de superación tienen su parte de éxito asegurado entre el gran público, gusta ver a un personaje pasarlo mal por intentar salir de mediocridad en la que vive, pero si el guión es flojo y las relaciones entre los personajes secundarios no están bien hilvanadas, el film se acerca peligrosamente al telefime. Y aquí, los secundarios en su mayoría son estereotipos que no puedes tomarte en serio (el personaje de Isabella Rossellini no hay por dónde cogerlo), no sueltan ninguna frase sorprendente, y muy pocas coherentes. A uno se le queda el cuerpo cortado cuando ve a Robert de Niro en un corsé tan inverosímil.
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El momento más encomiable de la película probablemente sea cuando el personaje de Joy toca fondo y echa la mirada atrás con su inseparable amiga (otro personaje metido con calzador), y contrapone la ilusión por la vida de cuando era joven y tenía las ganas y el convencimiento de que iba a comerse el mundo, con la realidad del presente, que la sucumbe en una vida triste, monótona y gris. El personaje ahí encarna una crítica al sistema que hubiera podido dar más de sí; ¿es esto lo que le espera cualquier hijo de vecino?
En “El lado bueno de las cosas” (2012) David O. Russel exhibió un muy buen hacer en la (de)construcción de la historia, un logrado devaneo entre el drama y la comedia, con una cámara a veces muy personal y una arquitectura de personajes encomiable. Parece que ahora ha hecho un remake que, sin aportar nada nuevo, puntúa más bajo en todo, pero aún así se exhibe como un metraje vivo, de contrastes, y un punto coñón con el espectador, ligero y de fácil digestión. Pero hay que tomárselo así, como algo liviano, si le pides más, te entrará hambre muy rápido.
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Una línea: en un mal día, creerás que has visto un telefime en pantalla grande.
Apta para: quien guste de ver historias de superación.
No apta para: quien pretenda recordar la película pasado un mes.


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